Estaba buscando un libro; y se me dio por entrar a una librería famosa que está en la calle Juan Carlos Gómez, de Montevideo. Una librería a la que visitan grandes personalidades. Siempre pasaba por allí, me detenía en la vidriera pero no ingresaba. Tuve la suerte de que me atendiera un dueño; sin saberlo. La conversación se fue dando, sin buscarlo, sin proponérmelo. Y le comento que me gustaría hacer un libro y me dice que lo primero es hacerlo. Y su cara se ilumina con una sonrisa, y claro; es un sabio consejo: “primero hay que hacerlo”. Pero el tema es que muchas veces uno ya sabe que por más que se haga el libro, después es muy difícil que se abran las puertas. En nuestro País, en que se premia el éxito deportivo, se dan becas, se fomenta la inversión; todo con razón y que comparto; pero en que también se habla de “educación”; en cambio no se fomenta de igual forma estas actividades que son importantes para eso que no se ve, para alimentar esa necesidad que tiene el humano de volar, de imaginarse, de proyectarse, de tranquilizar su espíritu y su alma. Debería poder dejarse deducir una vez y media los gastos de la primera edición de un autor nuevo; o que la inversión en un libro de un autor primario, sea exonerada totalmente. Y no sólo la creación, y la edición; sino también su distribución. Todo eso nos falta. Miren este cuento, me gustaría – por favor – si se animan; que me dejen su comentario. El autor es uruguayo, no soy yo, y tampoco tiene libros publicados. Saludos, Darío.
Consulta Nº 5.469
Un uruguayo residente en el exterior que planea afincarse en la República, consulta qué impuestos debe pagar como autor de libros para la enseñanza de inglés, los que son impresos, distribuidos y vendidos por una editorial del exterior a toda América Latina. Señala que sus únicos ingresos son por derechos de autor, en función de la cantidad de ejemplares vendidos.
Esta Comisión de Consultas considera lo siguiente, en relación a los impuestos por los que se pregunta, esto es, el Impuesto a la Renta de las Personas Físicas (IRPF) y el Impuesto al Valor Agregado (IVA):
IRPF
Venta de libros en el país. Los derechos de autor se encuentran expresamente considerados en el art. 16º literal A) Tít. 7 T.O. 1996, el cual los nomina como rendimientos de capital mobiliario, siendo gravados a una tasa del 7% (art. 26º del Tít. 7 T.O. 1996, en la redacción dada por el Art. 6º de la Ley 18.718 de 24 de diciembre de 2010). Por lo tanto, se trata de un contribuyente gravado por dicho impuesto.
Venta de libros en el resto de América Latina. En este caso, la explotación del derecho de autor se produce en el exterior, por lo que no se encuentra alcanzado por el tributo.
IVA
Venta de libros en el país. El titular de los referidos derechos no se encuentra alcanzado por el tributo, al no estar nominado entre sus sujetos pasivos.
Venta de libros en el resto de América Latina. Al no verificarse el aspecto espacial del tributo, ni el subjetivo, como se viera, no se encuentra alcanzado por el impuesto.
31.10.011
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Los escritores y su primer libro
Escritores como Antonio Muñoz Molina, Lolita Bosch, Alberto Fuguet o Santiago Roncagliolo recuerdan cómo se estrenaron en la literatura
LEILA GUERRIERO 11 AGO 2012
Una voz dice algo en el teléfono, o una mano escribe un par de frases, y, al otro lado de la línea, del buzón, de la pantalla, un ser humano recibe el impacto con el cerebro paralizado por la euforia, con un vahído de felicidad o desesperación, porque la voz o el par de frases son el punto de llegada —y de partida— de algo que busca su destino desde hace meses, o quizás décadas, y ahora, al fin, después de que una cantidad de azares o insistencias hicieran su trabajo, la llamada o las frases vienen a decir estimado, aunque a usted no lo conoce nadie, aunque no ha publicado nunca nada, hemos leído su manuscrito y se lo vamos a publicar. El vahído y el impacto y la parálisis eufórica se repetirán, después, con variaciones. Pero nunca —nunca— como en ese punto de la existencia en el que un escritor inédito recibe la noticia de que alguien lo publicará por primera vez.
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La forma en la que una persona puede, al fin, corregir ese error de paralaje entre la pregunta “¿a qué te dedicás?” y la respuesta “soy escritor” depende de miles de estambres por los que corren pequeños ríos con dosis de buena suerte, momentos propicios, editores curiosos, llamados providenciales. El español Antonio Muñoz Molina, autor de El invierno en Lisboa, trabajaba como empleado municipal en Granada cuando empezó a publicar en un periódico local una serie de artículos. Después de un año, sus amigos lo alentaron a publicarlos en un libro y lo hizo en la editorial de uno de ellos. Así fue como, a los 27 años y en 1984, publicó El Robinson urbano.
“Recordar cómo empezaste es una lección de humildad. Mucha gente con talento no llega a nada”, dice Muñoz Molina
—No hizo que me sintiera más escritor, pero sí sirvió para lo que vino después. Porque Pere Gimferrer, editor de Seix Barral, fue a Granada, un amigo le dio mi libro, Gimferrer lo leyó y llamó para decir que le había gustado. Fue un impacto tremendo, porque yo estaba habituado a que nadie me hiciera caso. Cuando le envié la novela que estaba escribiendo y me dijo que la quería editar, fue la alegría de mi vida. Y le doy muchas vueltas a qué hubiera pasado si yo no publicaba aquel primer libro, si Gimferrer no iba a Granada. Es una lección de humildad, porque hay mucha gente con mucho talento que no llega a nada, o llega a mucho menos.
Lolita Bosch, en cambio, tenía un plan. Ella, catalana y residente en México desde los 18, decidió que iba a publicar solo cuando tuviera 35 años.
—Un año antes de cumplir los 35 fui a una librería y anoté nombres de editoriales. Envié cinco novelas para adultos, una novela para niños, y empecé a recibir rechazos de todas. Debo tener 50. Pero yo pensaba que era un proceso natural. Un día supe que un editor, Constantino Bértolo, estaba al frente de un sello llamado Caballo de Troya. Lo llamé, pero me decían: “No se puede poner”. Entonces llamé y dije: “Le hablo de parte de la agencia Balcells”. Y se puso. Le dije: “Mira, no te llamo de la agencia Balcells. Soy Lolita Bosch y tengo cuatro novelas”. Se las envié y doce horas más tarde me escribió diciendo que se había enamorado de tres. Y publiqué Tres historias europeas en 2005. No me cambió a mí, pero sí a mi entorno. Para empezar, todo el mundo deja de preguntarte de qué vas a vivir.
“Ser escritor es como ser padre, algo que vas a tener que demostrarte a vos mismo todos los días”, afirma Marcelo Figueras
Después de haber enviado una novela a catorce editoriales de cuatro países, y haber recibido el rechazo de todas, el peruano Santiago Roncagliolo, autor de Abril Rojo, se fue a España para intentar ser un escritor profesional. Allí supo que Ediciones del Bronce había iniciado una colección de libros sobre ríos y presentó una propuesta —el Amazonas— que fue aceptada. Pero él nunca había estado ahí, de modo que se encerró durante tres meses a leer todo lo que se hubiera publicado sobre el asunto y a fingir que estaba en Brasil.
—El libro se llamó El príncipe de los caimanes y salió en 2002. Un año después me llegó una carta de la editorial, preguntando si quería una caja con ejemplares, porque los iban a destruir. Pero yo sentía que había cumplido. “He publicado un libro en España. Si todo sale mal puedo volverme a Perú y trabajar como empleado bancario”.
No siempre el camino al primer libro está tapizado de jirones de piel de escritor. La española Mercedes Cebrián presentó un relato al Certamen de Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Madrid y se llevó el primer premio. Belén Gopegui, que estaba en el jurado, le dijo que, si tenía más, se los enviara a su marido, el editor Constantino Bértolo.
—Constantino empezó a hacerme una puntuación en plan escolar: “Este es un cuatro, este es el típico ‘qué listo soy”. Al final me dijo: “Si esto cambia, te lo publico”. Así fue que publiqué El malestar al alcance de todos en 2004. Si preguntas al ciudadano de a pie por mí, te dice: “Y quién es esa”, pero yo siento que me he podido hacer una profesión gracias a ese libro.
“Uno no debe aprender en público, por eso quité mis dos primeros libros de las contraportadas”, dice Juan Gabriel Vásquez
Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, se crió en un mundo de escritores, pero quería dedicarse al cine. Habría que preguntarse, entonces, qué astros se movieron para que enviara un cuento a un concurso, ganara, la llamaran de la agencia de Carmen Balcells para alentarla a publicar y ella pensara en un hombre para cuya editorial había trabajado como lectora: Jorge Herralde, de Anagrama.
—Los cuentos las editoriales no los quieren, y Herralde habrá pensado: “Uf, qué compromiso, no solo la conozco sino que ahora resulta que también escribe”. Pero se lo di un viernes y me llamó un lunes. Me dijo que le habían gustado mucho, y publiqué En jaque en 2006.
Las reseñas que recibieron Cebrián y Marsé fueron buenas, pero los lanzazos beligerantes sobre la carne blanda de sus primeros libros produce, en los escritores, efectos tenebrosos. El argentino Marcelo Figueras, autor de Kamchatka, era un periodista joven cuando, en 1992, publicó El muchacho peronista, en Planeta.
—Todas las críticas fueron más o menos buenas, excepto la de Clarín. Era atroz. Mi siguiente novela, El espía del tiempo, es de 2002. Diez años me duró el trauma. Pero pensar que cuando publicás un primer libro te transformás en escritor es lo mismo que pensar que cuando sos padre por primera vez te transformás en padre. Es algo que vas a tener que demostrarte a vos mismo todos los días.
“Pensar que cuando publicás un primer libro te transformás en escritor es lo mismo que pensar que cuando sos padre por primera vez te transformás en padre”, avisa Marcelo Figueras
El chileno Rafael Gumucio, autor deLa deuda, era, en los años noventa, un joven inédito pero conocido (asistía al taller de Antonio Skármeta, del que salió un grupo de talentos magnéticos), cuyo primer libro se esperaba con ansias. En 1995, cuando tenía 25 años, entregó sus relatos a Planeta.
—Se llamaba Invierno en la torre y El Mercurio publicó una reseña que se llamaba “A patadas con las palabras” y decía que la condena para el autor era pasar cinco años y un día sin escribir. En un programa de televisión donde había críticos y escritores preguntaron: “¿Cuál es el peor escritor de Chile?”, y una señorita dijo “Rafael Gumucio”. Me quedé bloqueado por años, hasta que escribí Memorias prematuras, en 1999, y dije, bueno, si está mal, es el final de todo. Pero hubo críticas halagüeñas y ahí empezó mi carrera real.
El chileno Alberto Fuguet, autor de Missing, consiguió su primer contrato porque Antonio Skármeta, a cuyo taller asistía, le habló con admiración de un texto suyo a un editor de Planeta.
“Solo puedes escribir tu primer libro una vez, nunca vas a pasar de nuevo por esa inocencia”, le dijo una profesora a Daniel Alarcón
—El editor me citó en un café y me hizo firmar un contrato en una servilleta. Fue como existir antes de existir. Tardé tanto en escribir esa novela que antes publiqué un libro de cuentos, Sobredosis, en 1990. Es superimportante cómo se lanza un escritor y en ese sentido yo siento que sobreviví a pesar de todo. La fiesta de lanzamiento se hizo en una discoteca, con cocaína, con actrices. La crítica que salió en El Mercurio fue atroz, pero el libro se agotó en cuatro días. Si bien me dolía no ser aceptado, tampoco me interesó porque yo quería ser director de cine. Y entonces me envalentonaba, y pensaba: “¿Quieren pelear? Vamos a pelear”.
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Si Daniel Alarcón, nacido en Perú y criado en Alabama, no hubiera recibido una beca del programa de escritura creativa de Columbia y no hubiera tenido como profesor a un editor de la revista Harper’s y si ese editor no hubiera mostrado interés por sus textos y no le hubiera dado la tarjeta de Eric Simonoff, un agente literario, y si Simonoff no hubiera firmado contrato con él y si el editor del New Yorker no se hubiera retirado dando así lugar a que la editora que lo continuó quisiera dedicar un número a nuevos escritores, y si Simonoff no le hubiera hecho llegar a esa editora un relato de Alarcón y si esa editora no lo hubiera publicado, ese relato no hubiera despertado, como despertó, el interés de tantas editoriales y es probable que su primer libro, Guerra a la luz de las velas jamás se hubiera editado en Harper Collins en 2007.
—Una profesora me dijo: “Solo puedes escribir tu primer libro una vez, nunca vas a pasar de nuevo por esa inocencia”. Ahora he visto a muchos amigos que han fracasado, he visto a gente criticando escritores que nunca ha leído. Esas cosas son parte de perder la inocencia. Uno ya no vuelve a tener la sensación de escribir solo para uno mismo, sin pensar en la crítica ni en los lectores.
Los primeros libros son inevitables (para que haya un segundo debe haber un primero) y esa inevitabilidad tiene momentos altos, si se piensa en ponemos Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline, o La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig. Pero, a veces, la inevitabilidad es simplemente la inevitabilidad.
—A mis dos primeros libros los desheredé, los quité de las contraportadas —dice el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, autor de El ruido de las cosas al caer, que, en los noventa, envió una novela a tres editoriales de Colombia y fue rechazado por las tres—. Al fin, la llevé a Magisterio y la aceptaron. Tenía 23 años, era 1997, todo me parecía un sueño. Firmé el contrato y me mudé a París. Allá recibí el libro, que se llama Persona. Ese libro y el segundo fueron escuelas de aprendizaje, sobre el segundo, que fue una gran lección acerca de todo lo que no se debe hacer. No creo que uno deba aprender en público y por eso los quité.
Para el escritor argentino Martín Kohan, autor de Bahía Blanca, la primera publicación fue consecuencia de una paradoja blindada.
—La condición que me ponían las editoriales grandes para publicar un primer libro era tener ya publicado un primer libro. Había un grupo de escritores que estaban formando una editorial, y me acerqué. En 1993 salió La pérdida de Laura, en Tantalia. A la novela le fue bien, tuvo buenos comentarios, y entonces fui a Sudamericana. Yo había cumplido mi parte. Ahora quería que el sistema editorial cumpliera con la suya. Y en efecto, me publicaron mi segundo libro. Yo creo que el primero me abrió una posibilidad de publicación. Hasta ese momento me parecía imposible que alguien pudiera editar un libro mío.
“La condición que me ponían las editoriales grandes para publicar un primer libro era tener ya publicado un primer libro”, recuerda Martín Kohan.
Para el colombiano Andrés Felipe Solano, el primer libro publicado —Sálvame, Joe Louis, Alfaguara, 2007— fue, también, el primero que escribió.
—Yo era periodista, y la editora de Alfaguara me preguntó si tenía una novela. Yo estaba en eso, así que se la envié y me dijo que la quería publicar.
Lo difícil vino después, porque Solano estaba haciendo una labor de periodista encubierto en Medellín, trabajando como obrero en una fábrica para contar cómo se vive con el salario mínimo.
—Yo no podía contarle a nadie, y mi editora me llamaba y me decía: “¿Qué estás haciendo en Medellín, vendiendo un riñón?”. Tuve que ir a firmar el contrato a una notaría, y, como yo ya vivía con mi sueldo de obrero, la pequeña cantidad de dinero que tuve que pagar me descompletó el bus de la semana.
El argentino Ariel Magnus publicó su primer libro, Sandra, en 2005 y en Emecé pero, para entonces, ya había escrito decenas.
—No quería publicar, porque me parecía una traición a la libertad. Pero cuando me escribió el editor de Planeta que había leído unas notas mías en un suplemento para preguntarme si tenía algo de ficción, fue una alegría. Cuando fui a ver la tapa, el nombre del autor era Ariel Manguel. Pensaba: “A lo mejor lo ponen así por alguna razón”. Y no dije nada hasta que me dio miedo y dije: “Che, yo me llamo Magnus”. Y lo cambiaron. Pero la publicación de un libro es el antievento. Al principio, vas a las librerías y no está, no salen reseñas. Y sin embargo, para alguien que escribe hay un antes y un después de ser publicado.
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“Mi primera novela ganó el premio Clarín en 1998. Se vendieron 20 mil ejemplares, estaba en las librerías, en los kioscos. Me reconocían los taxistas. Fue arrasador”, dice Pedro Mairal
Lo primero que publicó el argentino Pedro Mairal fue un libro de poemas, en 1996, y, si se comparan la discreta repercusión y los delicados comentarios que recibió ese libro con los de su primera novela, el resultado es porno duro.
—Yo había escrito Una noche con Sabrina Love, y un día un amigo me pasó las bases del Premio Clarín y la mandé. La novela ganó el premio en 1998. Se vendieron 20 mil ejemplares, estaba en las librerías, en los kioscos. Me reconocían los taxistas. Fue arrasador. Era una máquina de mercadeo puesta al servicio del libro, pero una máquina. Sentí que tenía que recuperar el silencio, hacerme invisible. Como si todo eso me quedara grande. Así que estuve cinco años sin publicar. Pero creo que el primer libro es importante, porque empieza a quedar claro un rol que era confuso: antes la gente se preguntaba, “¿y este qué hace?”. Después, sos el que hace libros.
La escritora argentina Samanta Schweblin publicó su primer libro para demostrarle a su familia que ella no estaba hecha para eso.
—Creían que yo merecía el Nobel, y para demostrarles que estaban equivocados junté diez cuentos y los presenté a dos premios y gané los dos. Después dejé el manuscrito en la recepción de Planeta, y al tiempo recibí un mail diciendo que me iban a publicar.
Se llamó El núcleo del disturbio, se publicó en 2002, y tuvo reseñas muy buenas.
—Pero fue devastador. Los periodistas me hacían preguntas como en qué tradición literaria me enmarcaba, y yo no entendía nada. Me asustó, me destrozó, deje de escribir durante dos años. Yo era muy chica. Mi segundo libro salió recién siete años después.
En los primeros noventa, Mariana Enríquez, argentina, autora de Cómo desaparecer completamente, tenía 21 años y estudiaba periodismo. Tenía una novela escrita, pero no había pensado en publicarla. Una periodista, hermana de su mejor amiga, se la pidió y la presentó a Planeta. Bajar es lo peor se publicó en 1994 y, aunque casi no salieron reseñas, esa historia atravesada por las drogas y el amor gay armó revuelo.
—Fue atroz. Me llevaban a programas de televisión bizarros, el 80% de las preguntas eran si me drogaba, un periodista me preguntó si yo estaba con la línea de los escritores autorreferenciales o narrativistas, y yo no tenía idea de qué era eso, entonces di una respuesta muy ignorante: “Bueno, me gustan las dos”. Durante mucho tiempo ese libro me dio vergüenza, como un peinado adolescente. El segundo es de 2004, para que veas el tamaño del trauma.
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“Me llevaban a programas de televisión bizarros, el 80% de las preguntas eran si me drogaba, un periodista me preguntó si yo estaba con la línea de los escritores autorreferenciales o narrativistas”
Más allá del cliché autor que se desloma trabajando en una oficina y embiste tozudamente contra el sistema editorial, los caminos de la publicación son, a veces, tan insondables como simples. Juan Pablo Roncone es chileno y estudia abogacía, pero siempre quiso escribir. Una amiga le avisó que una editora, Andrea Palet, estaba recibiendo manuscritos para su editorial, Los libros que leo. Roncone le envió relatos, Palet los leyó y el resultado fue Hermano ciervo, un suave y prestigioso suceso de 2011. La misma editora, en 2005 y cuando trabajaba en Ediciones B, recibió una novela de ciencia ficción del amigo de un escritor al que estaba editando. La publicó y la novela, Ygdrasil, fue un éxito de ventas y de crítica.
“Descubrimos dos cosas: que él, aparte de catedrático de Filosofía, era el dueño y editor de KRK, y que yo, aparte de un profesor interino del sistema público, había escrito una novela”, explica Ricardo Menéndez Salmón
—Hoy —dice su autor, Jorge Baradit— hay literatura fantástica chilena. Antes no había. Y no me cabe duda de que fue por Ygdrasil y por Andrea Palet.
El argentino Carlos Busqued, autor deBajo este sol tremendo, finalista del Premio Herralde en 2009, es ingeniero metalúrgico, trabaja armando libros en una universidad tecnológica de Buenos Aires, y cuando mandó la novela al premio era un desconocido perfecto. “Cuando lo contraté”, cuenta Herralde, “le escribí a nuestra jefa de prensa en Buenos Aires, pero ella no tenía ni idea de quién era, ni tampoco ninguno de sus amigos escritores y periodistas”.
—Mandé la novela al premio porque era el único que no especificaba cantidad de páginas, y mi novela era muy corta. Herralde me mandó un correo que decía: “Estás entre los diez finalistas, y aunque no ganes te quiero publicar”. Recibir una muestra de respeto de una persona como él es importante. Es como si hubiera tocado jazz una sola vez en la vida y el disco me lo hubiera publicado Blue Note. Pero no me cambió la cotidianeidad. Yo tengo que seguir yendo a laburar y poner cara de “qué interesante es esto”.
El mexicano Juan Pablo Villalobos trabajaba en Barcelona en una empresa de comercio electrónico. Después de que en México le rechazaran unos cuentos, escribió una novela que fue rechazada en tres editoriales de México y de España. Un día, mirando las novedades de Anagrama en la web, vio que estaba abierta la convocatoria al premio Herralde.
—La mandé pero asumí que no iba a ir a ningún lado. Cuatro meses después Herralde me mandó un mail diciendo que quería hablar conmigo.
El día de la cita, Villalobos se sentó a esperar en la recepción de Anagrama, entre las fotos de Vila-Matas, Paul Auster, Sergio Pitol.
—Pensaba, “joder, es como el peso de la tradición literaria”. Ese día Herralde me dijo: “Si yo fuera un editor serio no te publicaría, porque nadie te conoce, pero la novela me gustó”. Cuando publicaron Fiesta en la madriguera yo me seguí sintiendo tan escritor como antes, pero la mirada de los otros cambia. El libro te legitima.
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En Jérome Lindon, mi editor, Jean Echenoz, escribe: “He escrito una novela, es la primera, no sé si es la primera, no sé si escribiré otras. Todo lo que sé es lo que he escrito y que si pudiera encontrar un editor, estaría bien. Si este editor pudiera ser Jérome Lindon estaría, por supuesto, todavía mejor, pero no soñemos”. Lindon fue, en efecto, el editor de Echenoz, y la relación duró muchos años, hasta que Lindon murió, en 2001. El libro de Echenoz, escrito apenas después de esa muerte, es el recuerdo de esa relación entrañable. En 1998, el españolRicardo Menéndez Salmón trabajaba como profesor de filosofía y lo habían destinado a un instituto de Oviedo. “Una noche en que tenía una hora libre, subí a mi departamento y me encontré a un compañero, Benito García Noriega, ojeando unos papeles. Eran unas galeradas delViaje sentimental de Laurence Sterne. Descubrimos dos cosas: que él, aparte de catedrático de Filosofía, era el dueño y editor de KRK, y que yo, aparte de un profesor interino del sistema público, había escrito una novela. Benito me pidió que le mandara el manuscrito. Se lo dejé un viernes por la tarde y el sábado por la mañana me llamó entusiasmado. En febrero de 1999, KRK publicó La filosofía en invierno. Huelga decir que el libro pasó desapercibido. Hoy no solo ha conocido una segunda edición en KRK, sino que ha sido traducida al francés, lo cual no deja de causarme asombro y un raro sentimiento de gratitud: hacia Sterne, hacia el azar y hacia las viejas y románticas relaciones entre editor y autor”.
Fabián Casas, argentino y autor de Los lemmings, llegó a la publicación porque Juan Gelman, a quien había conocido en un encuentro de poetas, le presentó a José Luis Mangieri, editor de Tierra Firme, que lo leyó y lo quiso publicar. El resultado fue Tuca, elegido como el mejor libro de poesía de 1990 en Argentina.
—Mangieri era una persona increíble. Cada vez que yo andaba mal de plata, venía a verme. Cuando se iba, me había dejado plata escondida debajo de los libros que me traía de regalo. Lo mejor que me dio Gelman fue a José Luis Mangieri.
Hace unos años Mangieri se enfermó y, junto a su cama, turnándose con sus hijos para velar la agonía, estuvo Fabián Casas. Así, aun sabiendo que cargaría para siempre con esa muerte en la memoria, acompañó, hasta el final, al hombre que lo había ayudado a alumbrar aquel principio.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/09/actualidad/1344527856_447139.html
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Miles de escritores en busca de editor
Para un autor ignoto, llegar a publicar es casi un milagro. De 1700 originales que se presentan, sólo el 15% se convierte en libro. Sepa cómo no morir en el intento.
CATERINA NOTARGIOVANNI – El País 13/07/2008
Las editoriales están abarrotadas de originales que esperan publicación. Sólo el 15% lo logrará. ¿Cuáles son los criterios de selección? ¿Qué vale más, escribir bien o ser mediático? Los editores responden y aconsejan sobre los pasos a seguir para llegar al primer libro publicado.
Érase una vez un escritor desconocido que tenía entre manos una novela sobre la cual había “puesto muchas esperanzas”. Dispuesto a publicarla, envió una copia a la editorial Seix Barral. El texto fue rechazado. Sin un centavo en el bolsillo, el escritor y su mujer decidieron hacer otro intento en la editorial Sudamericana de Buenos Aires. Destinatario: el editor Francisco Porrúa. Cuando llegaron al correo descubrieron que no tenían el dinero suficiente para el envío y decidieron mandar la mitad del texto. Tiempo después recibieron una carta del editor: la novela se publica, mándeme el resto del texto y tenga US$ 500 de adelanto.
El escritor es Gabriel García Márquez, y la obra Cien años de soledad, libro que hoy lleva vendidos más de 30 millones de ejemplares y que ha sido traducido a 35 idiomas.
A la luz de los resultados, la decisión de publicar Cien años… parece sencilla. Pero hizo falta conocimiento de literatura, olfato y una buena dosis de riesgo para hacer un tiraje de 8.000 ejemplares del texto de un perfecto desconocido. García Márquez podrá tener todo el talento del mundo, pero sin editores como Porrúa nunca sería quien es.
La historia de la literatura está plagada de anécdotas como esta. En definitiva, todos los grandes nombres fueron alguna vez desconocidos. Ahora, ¿cuáles son las variables que determinan la publicación de un libro? ¿La calidad de la pluma? ¿La trayectoria del escritor? ¿El tema? La respuesta es todo eso. Quizás la única diferencia entre el hoy y aquel 1967 es la incidencia de los medios de comunicación, que en muchos casos es determinante.
ASPIRANTES. A juzgar por un sondeo realizado en ocho editoriales locales, el Uruguay está lleno de obras sin publicar y, por ende, de escritores frustrados. De un promedio de 1.700 originales que reciben al año, apenas un 15% termina en las librerías. El problema, comentan fuentes editoriales, es que el mercado uruguayo no tiene espacio para esta catarata de letras. Por eso, la decisión de publicar debe ser cuidadosamente meditada. Ese es el trabajo que hacen a diario los editores y los lectores profesionales contratados para evaluar, aceptar o rechazar un texto.
“Importa que sea una historia bien contada porque así se genera el boca a boca. También incide el prestigio del escritor, a veces el tema y también lo mediático. Por ejemplo, el lanzamiento de El sentido del sexo (Dr. Gastón Boero) coincidió con su programa de televisión y vendimos 14.000 ejemplares”, cuenta Alcides Abella, director de Banda Oriental. Vale recordar que el tiraje promedio de un libro medio es de 700 ejemplares. La editorial debe vender la mitad para desquitar los costos de impresión.
“Nosotros evaluamos el texto, cómo está escrito y el grado de interés que puede generar. Hacemos un análisis concienzudo”, dice Graziela Espina, de Ediciones de la Plaza.
Edmundo Canalda, director de Fin de Siglo, cuenta que allí evalúan “la calidad (si es técnico: los antecedentes del autor; si es una investigación periodística o histórica, el respaldo documental o empírico; si es estrictamente literario, la siempre subjetiva medida de quien lo lea) y la viabilidad económica (el público al que se puede acceder con el libro)”.
Para Trilce, lo más importante es la calidad. “Apostamos a la diversidad cultural. Rechazamos la superficialidad”.
La Casa editorial HUM realiza un “estudio arquitectónico, de estructura. Que funcionen sus partes y el todo. Respecto al léxico o el estilo, son particulares de cada autor”.
“En el análisis hay muchos ingredientes. Puede ser que venga un ilustre desconocido y tenga un librazo o puede que venga un semejante personaje con un libro terrible. Suponiendo que nada desentona, lo fundamental es que sea un tema interesante, ya sea ficción o no ficción. Lo primero es que esté bien escrito porque si llega algo que hay que re-escribir, probablemente lo boches. Salvo que sea, por ejemplo, Mujica, entonces ahí lo ponés entre dos tapas y hacés negocio”, explican fuentes de editorial Sudamericana.
Para Claudia Garín, editora de Planeta, en el análisis juegan todos los aspectos antes mencionados, pero según el caso alguno podrá incidir más que otros: “Por ejemplo: no ser conocido para Planeta no significa una limitación, siempre estamos abiertos a recibir a autores desconocidos”, explica.
De un tiempo a esta parte, la historia reciente (tanto en formato ensayo como testimonial, o de corte periodístico), los libros infantiles y juveniles, y los de auto ayuda encabezan las preferencias de los lectores. En todos los casos se observa un fuerte interés por contenidos nacionales.
QUIERO Y NO PUEDO. El nombre de Claudia Amengual es por todos conocido. Pero diez años atrás, cuando recorría las editoriales con el original de La rosa de Jericó, era una ignota. “En todas me decían que regrese a los tres meses. Cuando lo hice me pasaron cosas como que en algunas habían perdido el manuscrito. En otras, no sabían de qué estaba hablando o me lo devolvían cerrado. Pero la más espectacular fue que me lo devolvieran abierto y con una lista de supermercado al dorso de la primera página”, explica a las carcajadas. “Ahora me río, pero en su momento me dio un dolor espantoso”, agrega. Para fortuna de los lectores, una pequeña editorial llamada Doble Click decidió publicar la novela. Los 500 ejemplares se vendieron enseguida y con ese dinero se financiaron más ediciones. Hoy los derechos los compró la editorial Alfaguara.
¿Cuál es el camino que debería tomar un escritor inédito para poder publicar? La respuesta la tienen los editores.
“Para publicar por primera vez no hay principios establecidos, aunque siempre será bien recibido un tema interesante y bien presentado en CD. Si vas a recorrer editoriales lo fundamental es que esté prolijamente presentado. Hemos recibido manuscritos desastrosos”, cuentan fuentes de Sudamericana.
“Participar en concursos, ahí empieza la historia. Es el primer paso. Después, frente a un editor, el autor se presenta con el libro que fue tal o cual premio, o mención. Te da una suerte de primer aval”, opinan en Banda Oriental.
“Siempre sugiero que relea su trabajo, que no se deje embaucar por ciertos `profesores de talleres literarios`, que los entusiasman sin fundamento; que el camino no es fácil, que puede lograr editar a su propio costo, pero que eso es solamente satisfacer una vanidad porque lo importante es que se pueda establecer el vínculo autor-lector y eso no se garantiza”, recomiendan desde Ediciones de la Plaza.
“El autor ideal de nuestra editorial es el que tiene claro qué escribir y para quién. Como recomendación general: leer, leer, leer, escribir, leer, leer, leer…”, dicen en Fin de Siglo.
En Trilce sugieren que “esté seguro qué es eso lo que quiere. Si es así que nos lo envíe que lo leeremos con mucho gusto. Es bueno aclarar que después de leerlo solamente respondemos por la afirmativa o la negativa (sin comentarios)”.
“Que salga al ruedo con su texto, lo oree, mastique y amase. Y que también lo deje descansar un rato. Luego sí: que lo mande a concursos y editoriales”, señala el editor de Casa editorial HUM.
Planeta no hace recomendaciones generales: “Que nos llame, concretamos una reunión y con gusto le explicamos los pasos a seguir y examinamos posibilidades”.
Eso sí, intenten no cometer el error de García Márquez, que en aquel envío por partes de Cien años de Soledad, puso en el sobre la mitad final del libro.
Las cifras
1700 Es la cantidad aproximada de manuscritos que llegan anualmente a ocho editoriales de la capital. La mayoría son inéditos.
15% Es el porcentaje de ese total que terminan publicados luego de un proceso de selección que involucra “lectores profesionales”
700 Es el primer tiraje de un libro medio. Llegar a vender 1.500 es muy difícil, según fuentes del sector. Los más vendidos superan los 10.000.
¿Cómo fue la primera vez que publicaron?
Mario Delgado Aparain, que de paso admite que “nunca” pensó en publicar, tuvo mucho más fortuna que Claudia Amengual (ver nota).
La insistencia de una amiga lo convenció de mandar un cuento a un concurso latinoamericano. Ganó. Días más tarde le escriben desde editorial Arca: “¿No tenés media docena de cuentos como ese?”. Tenía 25. Así nació su primer libro: Causa de buena muerte. Consultado por Rúben Castillo (primer reportaje de su vida) sobre en qué estaba trabajando Delgado cuenta que en un “western de matreros”. La entrevista la lee Heber Raviolo (Banda Oriental) y lo llama para publicarla. Era Estado de gracia. Después gana un concurso municipal con La Balada de Johnny Sosa, libro que llegó a manos de una agente literaria alemana que lo llamó para representarlo. La señora era agente de Saramago y Rosa Montero, entre otros. La balada… fue traducida en 13 idiomas.
Teresa Porzecanski llevó sus cuentos a Arca por consejo de un amigo. Al tiempo la llamaron. Para publicar la autora se presentó ante el BROU, que por entonces daba créditos para editoriales. Los textos fueron evaluados por un tribunal de notables y se aprobó el préstamo a nombre de Arca. “La plata que me dieron era para hacer una edición no lujosa pero tampoco espantosa”, cuenta. De ahí en más se hizo una rutina: cada vez que terminaba un libro pensaba en una editorial y lo presentaba. “Fui bastante afortunada”, admite.
Hugo Fontana y Rafael Courtoise publicaron poesía por primera vez en la misma editorial: Ediciones de la balanza. El primero lo hizo gracias al aporte de un tío que le dio la plata, porque en aquel tiempo (1977), sobre todo en poesía, “nosotros nos pagábamos el libro”.
Hugo Achugar presentó en 1968 El derrumbe, libro de poemas, a un concurso de Banda Oriental y ganó. El premio incluía la publicación.
Porzecanski dice que siempre se vio apoyada por las editoriales y considera que escribir bien no es suficiente para acceder a la publicación. “Hay otra razones que tienen que ver con los medios, si se interesan o no por tus libros, y esas cosas no se pueden comprar ni pagar. El 80% de las cosas no dependen del escritor sino del mercado editorial”, explica.
En opinión de Fontana, hoy las “editoriales multinacionales” le están dando la espalda a la ficción y están dedicadas a un “exceso absoluto de testimonios acerca de la dictadura”. “Creo que si en Uruguay no hubiéramos tenido dictadura, la mitad de las editoriales estaban fundidas”, afirma.
Amengual considera que las editoriales “no son monstruos”, que el problema es que “no dan a basto”. De paso tira una idea: “Sería una pegada que haya una editorial para Primeras Ediciones”.
Los más vendidos por sello
Se llamaba Wilson, biografía de Diego Achard. Sello: Aguilar (Santillana).
Porrovideo, cuentos de Jorge Alfonso. Sello: Estuario editora/HUM.
Yo, Darwin, de Carlos Tanco. Sello: Sudamericana.
Historia del Uruguay en el siglo XX (1890-2005), del Departamento de Historia de Facultad de Humanidades. Coordinado por Ana Frega. Sello: Banda Oriental.
Caudillos, Doctores y Masones, ensayo de Profesor Mario Dotta Ostria. Sello: Ediciones de la Plaza.
Cosecha de sangre, investigación histórica de los principales hechos policiales del siglo XX de Yvette Trochon. Sello: Fin de Siglo.
No más dietas, ensayo sobre nutrición de Daniela Jakubowicz. Sello: Planeta.
Ranking de 2007
Interés general. Horóscopo Chino, de Ludovica Squirru (Atlántida).
No ficción, nacional. Yo, Paco, de Mario Bardanca (Sudamericana).
Ficción, nacional. El código Blanes, de Marciano Durán (Editorial Flor).
Infantil, Juvenil. Los cazaventuras y El tesoro de las Guayuanas, de Helen Velando (Alfaguara infantil)
(Fuente: Cámara uruguaya del libro)
http://historico.elpais.com.uy/Suple/DS/08/07/13/sds_357215.asp
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Buenos días. Mi nombre es Jacobo y escribí hace meses un libro de vivencias reales e inéditas que me sucedieron entre los años 1998 y 2005 (no recomendado para menores). Me gustaría publicarlo y que fuese posible hacérselo llegar a la mayor cantidad de personas aún cuando considero que el atractivo mayor del libro es para las mujeres. Me despido de ustedes atentamente esperando una respuesta.
Jacobo C.
Montevideo
Uruguay
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